Ése día como cada mañana el sonido agudo del despertador acuchillo mi sueño, lamentaba haberme desvelado tratando de llegar a la parte donde el camarlengo por fin descubría su verdadera identidad.
La lectura había perdido ritmo, cuando reaccioné me había saltado ya unas cuantas frases, supé que era hora de ceder, eso o perderme valiosos detalles que desde el principio había venido imaginando y al fin podría confirmar.
Esa mañana cuando los numeros rojos gritaron que mi descanso se acabo parecía como cualquier otra mañana,
pero bastaría esperar unos minutos más para darme cuenta que no era una mañana como cualquier otra del último par de años.
Estabas presente otra vez, justo cuando ya todo parecía olvidado, cuando podía mirar tus fotos sin llorar y ya no me sentaba a mirar el camino con la esperanza de verte regresar.
Apareciste de nuevo en mi vida, con el rostro mojado, y tu pelo con olor a maderas finas y azares frescos. Ahí estabas tu, poniendo mi estabilidad como tapete para tus zapatos enlodados.
Espìritu de escritor, alma de poeta.