Una vez tuve un amor lejano, era dueño de todos mis pensamientos, y escribía cartas bobas de amor que guardaba en sobres de colores, tenía 17 años, el amor en su máximo esplendor, el más sincero, sin mancha, sin los engaños de la experiencia.
Esa persona después de mucho llegó, con esa sonrisa entera como decimos por aquí, de oreja a oreja. Adoraba la manera que combinaba su gorra con su playera, colores amarillo, naranja y verde claro, que va, en todos los colores lo veía guapo.
Pasamos días hermosos, yo tenía el amor en los ojos, en la piel, en cada momento, en cada palabra suya, ni siquiera hacía falta que fuera real. Yo estaba enamorada de la hermosa idea del amor.
Transcurrieron algunos días y una noche llegó justo en uno de esos momentos míos donde me sentaba con la puerta abierta a disfrutar de la tarde con aroma a tierra mojada y transeúntes pasando por la banqueta, los veía y escribía alguna historia, sentía aquel embriagante aroma y dejaba borradores de algún poema.
Y ahí estaba él, admirandome con mi cajita de papeles y el pelo alborotado, parecía que le gustaba lo que veía, parecía que había amor en sus ojos también al igual que en los míos. Se acercó y se dio cuenta que había sobres cerrados con su nombre en ellos, esa gran sonrisa de nuevo,
-Y esto? Preguntó sorprendido
-son solo cartas que te escribí cuando estuviste de viaje -le dije-
-Dejame verlas- me dijo emocionado
Le respondí que me daba pena, son solo cartas bobas no hace falta leerlas, pero insistió en hacerlo. Después de todo tenían su nombre, estaban dirigidas a él, tenia derecho.
Accedí y le di aquel montón de sobres de colores (literalmente eran de colores, verde, rosa, amarillo y naranja, no es para adornar el cuento) las tomo y abrió con júbilo. Hasta ahí llegó el júbilo, era solo la duda, el morbo. Las abrió, dio un vistazo rápido como cuando vas de prisa en la mañana y solo puedes hojear el periódico, un par de risitas huecas, de compromiso.
-Arreglate vamos a cenar -dijo-
Ahora me doy cuenta que ese era el momento, era justo el momento de decir hasta luego, de abrir los ojos y valorar mi amor, mi dedicación. Quién puede ser tan cruel para hacer eso? para ignorar de esa forma los sentimientos de alguíen que dices amar hasta los huesos. De tirar a la basura noches y noches de insomnio de una espera que parecía no tener final, de un amor fiel que te entrego en esas cartas su corazón y solo así darle un vistazo, no decir palabra al respecto y proponer la cena.
Ese era mi momento, debí hacerlo, de manera muy diplomática pedir mis cartas devolverlas a su cajita y pedirle que se marchara. Ojalá lo hubiera hecho, no me di cuenta el mensaje fue claro y mi estupidez de adolescente enamorada no me dejo verlo. Y han pasado doce años, los pimeros tres lloré mucho (Por culpa mía solamente) los siguientes cuatro desperté y deje de ser tan idiota, pero los últimos cinco, esos ya son otra historia, prueba superada.
Aún escribo cartas de amor, a la vida, a mis hijos, a mis amantes secretos, a mis modelos de compañero, que nunca serán, que nunca fueron. Ya no me interesa compartirlas con quienes no tienen tiempo, mis cartas no son un periódico de la semana pasada que no vale la pena leerlo, mis cartas tienen en ellas pedacitos de mi alma, trozos de mi amor, son palabras con cuerpo y valen oro.
Si nadie ahí fuera puede verlo, entonces que pena por ellos, vivirán como alguien que conozco, rogando por una última carta, suplicando otra oportunidad, otro intento. Y será demasiado tarde, esos son momentos que marcan la diferencia, esos son momentos que llegan solo una vez y no tienen regreso.
Ana E. Hinojosa
Espìritu de escritor, alma de poeta.